viernes, 11 de mayo de 2007

Mi lado oscuro

Una tarde, un hombre muy elegante cruzó la acera y entró a la pequeña corsetería que mis padres tenían en la calle principal del pueblo. Acababa de mudarse y todavía no era conocido entre los vecinos, pero yo ya le había observado desde el balcón de la casa en la que vivíamos, encima de la tienda. Algunas veces daba de comer a las palomas de la Plaza del Ayuntamiento, y, acto seguido, compraba un helado de vainilla que luego disfrutaba largamente sentado en algún banco de los muchos que jalonaban el paseo de los tilos. Después caminaba contracorriente entre el gentío, sujetando su sombrero -nadie en esa época lo utilizaba ya- con una mano mientras con la otra se subía en cuello de la americana.


Siempre iba solo. También el día que nos visitó.
Buenas tardes- saludó. Había en él un cierto toque lencero, un punto de sutileza que lo llevaba a confundirse con los encajes, los brocados y las sedas que acariciaba con mimo exquisito. Me subyugaba.
Atiende por favor al caballero, Pedro- me pidió mi madre. Debió de pensar que entre hombres nos entenderíamos mejor y nos dejó solos.
Él se interesó por un conjunto finísimo compuesto por un sostén de blonda de raso azul intenso y un culotte a juego. De carrerilla, le expuse las bondades de ambas prendas: podían llevarse también por separado, la calidad del tejido evitaba cualquier riesgo de alergia y, además, la hechura se adaptaba al cuerpo como un guante.
A las mujeres les encantan los modelos de este tipo- dije como colofón.
Me lo llevo, me lo llevo- contestó intentando camuflar su entusiasmo. Pero me interumpió cuando me disponía a envolvérselo con el papel estampado de flores doradas, el reservado a los clientes muy especiales.
No se moleste. No es un regalo.
Asentí. Entonces tuve ganas de mostrarle más sujetadores, sugerirle algún liguero a juego, pedirle que se los probara. Y mirarle. Tuve ganas de mirarle, pero, en vez de eso, me contenté con verle desde el mostrador cruzar de nuevo la acera y caminar contracorriente entre la multitud. Me lo imaginé vestido con las prendas que acababa de adquirir. Estaba seguro que le sentarían muy bien.

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