lunes, 2 de julio de 2007

La tienda de música

Durante el día, la calle era un hervidero de personas que caminaban demasiado deprisa. Al joven le gustaba pasear tranquilo por la tienda de música, porque era ciego y allí dentro casi todo estaba siempre en su sitio.

La primera vez que hizo sonar un oboe, soplando a través de su boquilla, creyó saber que lo que deseaba en la vida no era dedicarse a la música.
Eran más de las ocho y la única persona que quedaba en la tienda, era él. Los dos dependientes veían al joven recorrer con sus manos los instrumentos, sobre todo los de viento, y aunque iba bien vestido, no le quitaban ojo por si se llevaba algo. En una esquina bien iluminada, frente a la insistente mirada de los dependientes, estaba la flauta de oro. El joven se paraba ante ella y la tocaba con las yemas de los dedos mientras parecía imaginar el color de su sonido, más cálido que ningún otro.
Un instante antes de la hora del cierre, sacó un pañuelo de seda azul de su chaqueta, lo colocó sobre la flauta dorada durante unos segundos y cuando lo recogió, arrugándolo entre sus manos, el instrumento ya no estaba allí. Sonaron todas las alarmas. Un guardia de seguridad se echó encima del joven y lo redujo en el suelo. Él sonreía mientras lo esposaban y al pasar junto a la esquina inundada de luz, todos vieron como la flauta de oro brillaba de nuevo en su lugar.
Entre oboes, flautas, clarinetes y ocarinas, el joven mago supo que lo que deseaba en la vida no era dedicarse a la música.



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