viernes, 16 de febrero de 2007

La primera vez

La vigorosa figura del hombre irrumpe en la habitación. Cuando adivino su presencia, una mezcla de miedo y placer recorre mi espalda.
-Desnúdate. Fuera todo –me ordena con voz grave-.

Una luz dorada ilumina las prendas que –una tras otra- van cayendo a mis pies.
-Ahora junta las muñecas.
Con destreza, el hombre pasa el extremo de la cuerda sobre el dosel de la cama y tira de él, obligándome a mantener los brazos en alto. Siento la total desnudez de mi piel un instante antes de verme mancillada por el cuero caliente de su látigo.
Los golpes desgarran mi carne. Antes de soltar todo el aire de cada entrecortada respiración, un intenso zarpazo de dolor sacude mi cuerpo. Una pausa más larga, durante la que el escozor se hace insoportable, me devuelve las punzadas, los desgarros, la violencia de cada caricia.
-¿Podré resistirlo? –pregunto con un hilo de voz-.
El hombre en silencio, posa sus dedos sobre mis labios para que no hable. Libera mis muñecas de la cuerda lacerante y me derrumbo en sus brazos. Me duele hasta la sangre.
Tendida sobre la alfombra, el hombre vuelve mi cuerpo de costado para mostrarme la ternura de su rostro. Esbozo una leve sonrisa.
Apenas puedo escuchar sus pasos mientras se aleja.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No te extrañe no recibir muchos comentarios de tu cuento, es solo que da un poco de vergüenza reconocer lo excitante que resulta que le desgarren la piel, que le duela la sangre...La verdad es creo que podrías haber seguido describiendo la escena, libera sus muñeca demasiado rápido, no crees? Porque la pregunta es: ¿hacen salvajemente el amor o no lo hacen?
Y ahora voy y hasta firmo.