lunes, 26 de febrero de 2007

No me hables del destino

Yo elijo todo lo que me pasa. El destino no existe. Y sin embargo, tú eres mi destino. Cuando te conocí, nada tuvieron que ver la reencarnación, ni el psicoanálisis, ni la dialéctica, ni la evolución de las especies, ni Dios. Si un cromosoma caprichoso hubiera decidido que tu fueras rubia te habría querido igual, y si en vez de tu presencia soberana en la barra donde nos conocimos hubiera habido un negro de dos metros o un chino de uno cincuenta, en el lugar que ocupaban tus voluptuosos metro setenta y tres, yo te habría encontrado lo mismo, porque mi corazón tenía ganas de encontrarte. Y nada habría sido capaz de esconderte de mis ansias. Mi voluntad es una fuerza mayor, el destino no puede con ella.
Tú también eliges. Me elegiste a mi como un destino circunstancial, como un destino turístico, como un lugar de paso, para negarme después la luz de tu sonrisa. Y cuando decidiste levantar el vuelo para caer en los brazos fornidos de aquel alemán, habría dado igual que fuese francés o gibraltareño. Igual podría haber sido el vecino de arriba, o un señor que pasaba por la calle.
Así que no me hables del destino. El destino no existe, nosotros lo hacemos. Dime mejor, sencillamente, que ya no me quieres y deja que el olvido vaya resecando poco a poco mi desdeñosa rabia.

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